
El verdadero ecumenismo católico. Dos casos ejemplares: Concilios de Lyon y Ferrara - Florencia.
HISTORIA DE LA IGLESIA
Sería muy largo enumerar todos los esfuerzos llevados a cabo, no solo con las Iglesias cismáticas, sino con los mismos protestantes. La historia nos enseña que el único motor de estos esfuerzos era lograr destruir la herejía que nos separa.
P. Fernando Albíter.
A partir del Vaticano II nació un “movimiento ecuménico” que buscaba principalmente la unión con todas las Iglesias separadas de Roma por el cisma o la herejía. Se presentó este movimiento como algo novedoso surgido a raíz del Vaticano II.
Por eso, en esta ocasión queremos recordar los Concilios de Lyon y Ferrara – Florencia, que muestran dos hechos concretos de los muchos esfuerzos hechos por Santa Iglesia a lo largo de su historia para tratar de reunir a todos los cristianos separados de la Iglesia por el cisma o la herejía.
Con esto queremos desmentir la leyenda negra que los modernistas crearon para atacar a la Iglesia preconciliar, diciendo que hasta antes del Vaticano II no se habían hecho esfuerzos por buscar la unión con las Iglesias separadas.
Divisiones en la Iglesia.
La Santa Iglesia Católica desde un inicio ha sido perseguida; en un principio estos ataques venían de fuera por medio de persecuciones. Cuando se gozó de relativa paz, los ataques también comenzaron desde dentro, pues algunos fieles, entendiendo mal la doctrina, quisieron contaminar con sus errores a los demás cristianos; son los que conocemos como herejes.
A lo largo de los años nuevas herejías nacieron en el seno de la Iglesia, pero casi todas las herejías eran locales, afectaban solo a una porción más o menos grande de la Iglesia y solo fue necesario reunir concilios locales donde los obispos desenmascaraban los errores y tomaban medidas prácticas para contener el avance de los errores.
El año 1054 sucedió lo que se conoció como el Cisma de Oriente, cuando el Patriarca Miguel Celulario pretendió excomulgar al papa León IX, marcando el comienzo de la división entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa Oriental. Sin embargo, dentro de la Iglesia Ortodoxa Oriental, también hubo divisiones internas.
Las disputas teológicas en torno al Espíritu Santo y la primacía papal, contribuyeron a la división de la Iglesia, dando lugar a más cismas, como la Iglesia Ortodoxa Griega, la Iglesia Ortodoxa Rusa y otras. Cada una de estas divisiones tenía sus propias justificaciones doctrinales y políticas para separarse, pero en última instancia, todas representaban un alejamiento de la unidad apostólica y una ruptura de la unidad en la Iglesia.
Concilio de Lyon.
El año de 1274 el papa Gregorio X convocó en la ciudad francesa de Lyon un Concilio, que fue el XIV Ecuménico o Universal. Asistieron a él quinientos obispos y otros mil prelados. Entre los catorce cardenales asistentes se hallaba San Buenaventura. También asistieron los representantes de la Iglesia oriental.
En la cuarta sesión que tuvo lugar el 6 de julio se proclamó la unión de la Iglesia oriental. Para ello, después de leer George Akropolites en nombre del Emperador Bizantino, Miguel Paleólogo, el símbolo de la fe y abjurar del cisma, prometió observar fielmente la fe verdadera de la Iglesia romana.
Sin embargo, años después, el Emperador Bizantino Miguel Paleólogo llegó a un acuerdo con el papa Urbano IV, prometiendo restaurar la unidad con la Iglesia Católica a cambio del apoyo papal para recuperar Constantinopla. Cuando Miguel finalmente logró su objetivo, trató de restablecer la autoridad eclesiástica imperial sobre la Iglesia ortodoxa, por lo que el papa Martín IV lo excomulgó en 1281, rompiéndose de nuevo la unión con la Iglesia Oriental.
Concilio de Ferrara – Florencia.
Los intentos de unión se multiplicaron con el correr de los años, hasta que el papa Eugenio IV convocó un Concilio en la ciudad de Ferrara para el año de 1438, con la intención principal de lograr la unión con los griegos cismáticos. Las negociaciones fueron difíciles, la principal causa era dogmática, pues los griegos se resistían a aceptar la procesión del Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, como lo rezamos en el Credo. Finalmente, el 6 de julio de 1439 se llegó a la unión con los griegos; a estos siguieron después los llamados armenios y jacobitas.
En ambos concilios la intención siempre fue clara, solo puede darse la unión cuando ellos acepten la verdadera fe profesada por Roma, porque la única causa de la separación era la herejía. Se llegó a la unión cuando las Iglesias separadas abjuraron la herejía y abrazaron el Dogma revelado por Dios.
Conclusión.
Antes de estos concilios, entre ellos y después, los intentos se repitieron, pero siempre en el mismo sentido, al lograr que esas Iglesias separadas aceptaran la verdadera fe. Miente descaradamente quien afirma que solamente a partir del Vaticano II se buscó la unión con las Iglesias separadas.
Sería muy largo enumerar todos los esfuerzos llevados a cabo, no solo con las Iglesias cismáticas, sino con los mismos protestantes. La historia nos enseña que el único motor de estos esfuerzos era lograr destruir la herejía que nos separa. Nunca la Iglesia buscó la unión artificial basada en el diálogo y acuerdo sin base. Mientras esas Iglesias separadas no abjuren de sus errores, no hay unión posible.
El Vaticano ciertamente innovó, pero para mal, pues a partir de entonces se rompió con los esfuerzos milenarios de la Iglesia por convertir a los herejes. Desde ese momento comenzó a tolerarse la herejía y, en vez de atraer a los herejes hacia la Iglesia Católica, se comenzó a empujar a los católicos hacia la herejía. Ya no se buscó la unidad en la Fe Católica, sino en el error humano de los herejes.