El verdadero sensus fidei: Custodio de la Fe y defensa contra las herejías modernas.

08.11.2024

APOLOGÉTICA


El sensus fidei mantiene a los fieles firmes en la verdad. No es una invitación a reinterpretar los dogmas, sino una llamada a defender la verdad revelada por Dios.

P. Fernando Albíter.

P. Fernando Albíter.

Imaginemos que la Iglesia Católica es como una ciudad amurallada, construida sobre una roca sólida. En esta ciudad, las murallas representan la doctrina que protege la verdad, y las calles y edificios son los dogmas que configuran nuestra fe. Esa roca inamovible es Cristo, y los cimientos de la ciudad son la Doctrina apostólica. Aquí surge una pregunta vital, ¿cómo puede un católico saber que está en el camino correcto en medio de las numerosas voces que intentan desviarlo? Ese “camino” se revela mediante un sentido común a todos los fieles, una brújula espiritual que el Espíritu Santo infunde en el corazón de cada bautizado. Este sentido común podríamos llamarlo sensus fidei.

Aunque el término sensus fidei se mencionó explícitamente por primera vez en el Vaticano II, debemos recordar que su realidad ha sido explicada por santos y teólogos a lo largo de los siglos. Desde los Padres de la Iglesia hasta grandes doctores y defensores de la ortodoxia como San Agustín, Santo Tomás de Aquino y San Vicente de Lérins, el sensus fidei ha sido entendido como un don sobrenatural del Espíritu Santo, que permite a los fieles discernir la verdad y rechazar el error. En tiempos recientes, el modernismo ha tratado de manipular este concepto, diluyéndolo en una versión relativista que ignora la Tradición. Hoy, más que nunca, necesitamos explicar y defender el verdadero significado de esta gracia, que permite a los fieles custodiar la verdad de Cristo y preservar la fe contra desviaciones doctrinales.

¿Qué es el sensus fidei?

El sensus fidei, o sentido de la fe, es una capacidad sobrenatural que el Espíritu Santo otorga a los fieles para reconocer y adherirse a la verdad revelada por Dios. No es un simple “sentido común” o una percepción vaga, sino un don profundo, que permite a los católicos permanecer en comunión con las enseñanzas de Cristo y rechazar cualquier error que se presente. Este don no está sujeto a los tiempos ni a modas, sino que asegura la continuidad de la fe, preservándola de cualquier innovación que contradiga la enseñanza apostólica.

El Reginald Garrigou-Lagrange, teólogo dominico y acérrimo enemigo del modernismo, describió el sensus fidei como cierta “voz interior de la Iglesia” que da a los fieles el poder de distinguir lo verdadero de lo falso. Según él, este sentido no permite ninguna “adaptación” de la doctrina a las modas, sino que asegura su permanencia inalterable. De este modo, el sensus fidei une a cada fiel con la verdad de Cristo, transmitida sin alteraciones y protegida como un depósito sagrado que resiste cualquier cambio a lo largo del tiempo o concesión ante las exigencias del mundo.

Fuentes bíblicas del sensus fidei.

Las Sagradas Escrituras dan un fundamento sólido para entender lo que es el sensus fidei como un don otorgado por el Espíritu Santo para distinguir la verdad del error. En Romanos 8,16, leemos que “El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”, reflejando una orientación interior hacia la verdad que Dios nos otorga para permanecer fieles. En 1 Juan 2,20-27, San Juan dice: “Vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas… La unción que habéis recibido de él permanece en vosotros”, refiriéndose a la iluminación del Espíritu que guía a los fieles y les da firmeza frente al error. Además, en Gálatas 1,8, San Pablo advierte: “Aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara otro Evangelio distinto, sea anatema”. Estos pasajes muestran que el sensus fidei, inspirado por el Espíritu, preserva a los fieles del error y confirma la verdad inmutable de la fe.

Historia y origen del sensus fidei.

Los Santos Padres hablaron de este sentido común de los fieles. San Agustín, en sus disputas contra los donatistas y arrianos, subrayaba la importancia de la comunidad fiel y unida en Cristo, capaz de reconocer y preservar la verdad frente a cualquier desviación. Aunque San Agustín no empleó el término sensus fidei, defendía la existencia de cierto “instinto espiritual” en los fieles que los mantiene en la verdad. San Vicente de Lérins también explicó, en el siglo V, la universalidad de la fe con su principio de “Quod ubique, quod semper, quod ab omnibus” (“lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos”). En su Commonitorium, explicaba que este principio reflejaba la universalidad y permanencia de la fe, defendida por la inmutabilidad de la Tradición como fundamento. Este principio enuncia que la Doctrina Católica no evoluciona ni cambia, y que el fiel que posea este sentido rechazará toda innovación que amenace la verdad revelada.

En la Edad Media, Santo Tomás de Aquino ayudó a comprender la naturaleza del sensus fidei. Aunque el término aún no estaba formalizado, Santo Tomás desarrolló la idea de que la fe, por su origen divino, es una certeza que no admite falsedad (Summa Theologiae, II-II, Q. 1, Art. 4). La fe es un bien común entre los fieles, un don de Dios que permite adherirse a la verdad inmutable y rechazar el error, operando como una guía interior sin necesidad de nuevas revelaciones ni innovaciones que alteren la fe original.

La Tradición como el Pilar del Sensus Fidei

El sensus fidei no puede separarse de la Tradición. Esta Tradición, como la describe San Pablo en 1 Corintios 11,23 (“lo que he recibido del Señor, eso mismo os he transmitido”), es el cimiento sobre el que opera el sensus fidei. Los fieles no interpretan la fe de manera subjetiva o según su propio criterio, sino dentro de la comunión de la “fe que una vez fue dada a los santos” (Judas 1,3). La Tradición es el cimiento firme que orienta al creyente y le impide caer en innovaciones. Como explica el teólogo Melchor Cano en De Locis Theologicis, la Iglesia es servidora y custodia de la verdad, no su dueña. El sensus fidei actúa en armonía con esta Tradición, reconociendo y afirmando las enseñanzas de los Apóstoles y Padres, y rechazando cualquier novedad que contradiga el depósito de la fe.

La función del Papa como custodio de la Tradición.

El padre Garrigou-Lagrange, siguiendo las enseñanzas de San Pío X, subraya que la Tradición es el criterio que guía el sensus fidei y orienta al Papa en su misión. Cualquier desviación doctrinal que contradiga la enseñanza apostólica es una traición a la fe. En este sentido, el sensus fidei actúa como un faro que permite a los fieles permanecer en comunión con la enseñanza auténtica, evitando las novedades y herejías que podrían dañar la integridad de la fe católica. Por tanto, el sensus fidei es un recurso esencial que el Espíritu Santo da a los fieles para proteger la fe.

En este sentido, la función del Papa es mantener la Tradición intacta, actuando como custodio, no creador de la fe. Su misión no es adaptar o innovar la doctrina, sino conservar fielmente el depósito de la fe sin alterarlo en su esencia. En su encíclica Pascendi Dominici Gregis, San Pío X advierte contra el modernismo, señalando que el Papa y la Iglesia son guardianes de la Tradición. Su misión es proteger y transmitir la verdad sin alterarla, ya que el Papa no puede inventar o cambiar doctrinas, sino sólo preservar la fe como le fue entregada por Cristo a los Apóstoles.

El sensus fidei frente al Modernismo.

El modernismo, una de las herejías más peligrosas, intenta transformar la fe en algo que debe adaptarse a las modas y exigencias del mundo. Algunos sostienen que el sensus fidei debería “evolucionar”, reinterpretando la fe. Sin embargo, San Pío X condenó esta postura, afirmando que la verdadera fe no es una expresión de sentimientos cambiantes, sino una adhesión firme y constante a la verdad revelada. Para él, el sensus fidei no se basa en sentimientos, sino la fe, que el Concilio de Trento definió como en una adhesión racional y voluntaria a la verdad de Dios, que no cambia con el tiempo.

La herejía: un peligro que corrompe la Fe.

La herejía es una desviación de la verdad revelada. No es un “error doctrinal”, sino un pecado grave que destruye la unidad de la Iglesia. En Gálatas 1,8, San Pablo advierte contra la herejía: “aun cuando nosotros mismos o un ángel os anunciara un evangelio distinto, sea anatema”. La herejía envenena la fe, presentando doctrinas falsas como “nuevas visiones”. El padre Arintero explica que el sensus fidei es un escudo que preserva la pureza de la fe. Para Arintero, el Espíritu Santo guía a los fieles a rechazar el error y permanecer firmes en la fe auténtica, protegiendo el depósito de la verdad sin alteraciones.

En esta línea, el P. Rivadeneyra nos dice, con su estilo vehemente, que la herejía, es el mal supremo que desgarra el cuerpo místico de Cristo, corrompe la pureza de la fe y socava la santidad de la Iglesia desde dentro. Para él, la herejía no es solo un error doctrinal, sino una traición que desordena la misma esencia de la Iglesia, rompiendo la comunión con la Tradición apostólica y subordinando la verdad divina a los caprichos humanos.

La obligación de oponerse a la herejía y defender la Fe.

Como católicos, tenemos la obligación de oponernos a la herejía y defender la fe. Esta oposición no es soberbia, sino un deber fundamental que brota del sensus fidei y de nuestra comunión con la Iglesia de todos los tiempos. Santo Tomás enseña que la caridad implica corregir el error y advertir a quienes se desvían de la verdad. Cristo nos dice: “Este cielo y esta tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24,35). Defender esta verdad es un acto de amor y lealtad a Cristo, quien es "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14,6).

Conclusión: el sensus fidei como custodio de la Fe y guía de los fieles.

El sensus fidei mantiene a los fieles firmes en la verdad. No es una invitación a reinterpretar los dogmas, sino una llamada a defender la verdad revelada por Dios. A través de este don, los fieles reconocen y se adhieren a la enseñanza de la Iglesia, preservada en su pureza desde los tiempos de los Apóstoles. Lejos de ser algo subjetivo, el sensus fidei es un vínculo de comunión con la tradición y un baluarte contra las desviaciones doctrinarias.

Como enseñó Melchor Cano, la Iglesia y el Papa son guardianes, no dueños de la verdad, y deben custodiarla fielmente. La responsabilidad de preservar la Tradición recae en toda la Iglesia, y el sensus fidei permite a los fieles mantenerse fieles en comunión con la enseñanza apostólica.